Cuando lo más importante era que el cometa que habían armado con tanto trabajo manos tan pequeñitas como apuradas, encontrara el viento travieso de la tarde y se elevara mientras nuestros piecitos se enredaban en el carretel de hilo y los ojos se levantaban al Dueño de ese cielo generoso.
O aquellas tardes adolescentes donde nada era más importante que un bote en el lago del parque, y la risa salía del fondo del alma para brillar en los ojos como luces tan verídicas. El tiempo parecía infinito aquellos días, podíamos hablar sin reloj y sin demasiada cordura. Lo importante era no quitar la mano extendida.
O estos cercanos en que un día común se vuelve magia y sorprende a la dormida inocencia despertándola alegre y renovada, como si fuera día de reyes.
Me pregunto en que momento olvidamos la profundidad de las cosas simples y en el diario vivir que no dá tregua cada día relegamos lo importante por lo urgente.
Y en que otro lo importane pasó a ser el éxito y poder cumplir los 3 o 5 o 12 pasos de la escalera al triunfo, en vez de lograr tartamudear un "te amo".
A mí me costó tanto volver a disfrutar de los simples momentos que un Dios perfecto y amoroso me regalaba a diario. Tuve que detenerme, aprender a danzar más lento, aprender a mirar el Cielo pidiendo ojos para ver y aprender a mirar la tierra con los ojos de Dios. Lidiar con mi pasado hasta poder extraer de él la miel de la mañana. Tomar decisiones. Cambiar. Dejar algunas cosas, recuperar el olvidado coraje de emprender otras.
Cada mañana un Dios increible estrena solo para tus ojos maravillas que jamás se repetirán, y oportunidades que tampoco volverán si no te apropias de ellas.
Volver al corazón de Dios es un camino plagado de cosas pequeñas que de pronto adquieren tanto significado. Cosas tan pequeñas y al mismo tiempo tan enormemente eternas como la palabra "amor". El legado y la orden del Cielo.
Ver video "Danza lento"
Imagen: Ganadores del concurso "Lo mejor del National Geographic 2011"/ vía www.bancodeimagenesgratuitas.com
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