Aromas esenciales


      Nada identifica una casa como sus aromas.  Cuando llego al mar -la casa eterna de mi alma-, lo primero que hago es aspirar con ansia el aire salobre y único.
     Mi casa paterna huele a madera, recuerdos y montaña; con dejos de vainilla y manzana de los nuevos perfumes que fueron a habitarla de la mano de mi hermana.  La mía huele a tinta, café, computadoras sobreexigidas y fragancias en gel (obviamente marinas).
     La casa de mi abuela olía a manzanas verdes, miel de la mañana, canela en rama y  lavanda inglesa (porque las mujeres de su estirpe olían a lavanda). Aún guardo en  mi memoria el dulce rostro de mi abuela mientras cortaba la lavanda y la ponía entre las sábanas y cajones. Las mujeres de hoy nos perfumamos de naranja y  melón. Luego de años de esencias místicas volvemos a las naturales, solo que en vez de lavanda y lilas ahora son frutales.
     ¿A que huele el amor? El físico y el que trasciende los sentidos empapándote el alma desde el sol de las memorias... Para mí el amor huele a mar, porque huele a sol pleno y horizontes sin límites. Huele a fuerza y a cambio. A atardeceres donde el dorado muere sin prisa recostado en el suave horizonte. En la Bahía San Blas los atardeceres son mágicos, el mar se calma por completo y huele a serenidad.
     Y el mar...¿a que huele entonces el mar? El mar como la lluvia, el amor y la tierra huelen a Dios, aspirarlos es aspirar nuestra esencia e inundarnos el olfato del alma con el recuerdo del hogar primero.
     Cuando era pequeña, tal vez fruto de las noches de abuso que sufrimo,s mi hija le temía al viento que antecede a las tormentas. Vivíamos en una casa construida en niveles con enormes ventanales donde el viento silbaba su melodía. Entonces yo escribí para ella sobre los aromas del viento que traen los ecos olvidados de tantas cosas que amamos. El aroma del café, de las flores lejanas, aromas a veces exóticos, a veces simples.
     Cuando estoy triste hay dos cosas que me hacen feliz: Hundirme en el abrazo de los que amo, los perfumes conocidos me calmna de inmediato. Y mi segundo remedio es una taza enorme y caliente de buen café, lo preparo con tiempo y cuidado aunque esté en plena crisis, el ritual de observar el tiempo justo de la espuma va llenando mi alma de una cálida sensación. Luego tomo la taza con las dos manos y dejo que el perfume me alegre el día.
     Las cosas simples de la vida encierran una profunda belleza y la ancestral sabiduría del Dios detallista que las creó con tanta ternura. Que no se te pasen por alto. Ser agradecido en todo es bueno para la salud eterna del alma.

Texto: Edith Gero
Imagen: Banco de Imágenes Gratis

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