Mirar atrás


“Nadie que mire atrás después de poner la mano en el arado es apto para el reino de Dios”. Lucas 9.62
   
      Constantemente hablamos sobre la importancia de ir al pasado para solucionarlo, y usarlo así procesado para avanzar. Pero una vez completado tal viaje, no se puede vivir mirando hacia atrás. No sólo es una sabia regla bíblica sino algo lógico: si yo tomo el arado y miro hacia atrás no haré los surcos en la forma correcta, y me iré desviando porque mis ojos no están hacia adelante.  Para empeorar la situación, este “mirar el pasado” suele hacerse no con los ojos físicos sino con los del corazón, y allí dónde está nuestro corazón está nuestra vida. Cuando nuestro corazón no tiene sus ojos hacia adelante no se vive el presente, estamos preso y detenidos en el ayer. Tal vez un ayer menos amenazante y más rico en experiencias,  pero al fin y al cabo un ayer que  ya no existe. No lo puedo cambiar, ni recrear, no existe. Se terminó.


      La mayoría de las tareas cotidianas, pequeñas y grandes, requieren mirar adelante: no se puede conducir, ni arar, ni volar ni empezar una empresa ni una familia mirando atrás. Mirar de continuo el pasado estanca, debilita y bloquea; para emprender, para llegar, necesito extenderme adelante, mirar el mañana con ojos de expectativa y esperanza. Aún aquellas tareas como la médica o psicológica que precisan un “historial” detallado  recurren al pasado no para recrearlo sino para aprender y poder cruzar con ese bagaje hacia vivir el presente en plenitud. Vivir el presente es como estar parado en el pequeño espacio sobre el precipicio de la foto, mirar adelante puede darme la fuerza y fe necesarias para cruzar el vacío, mirar atrás puede ser el final.

     “Alas y raíces” se titula la agenda de Paulo Coelho… todos necesitamos alas para volar y raíces para dónde decidamos quedarnos, sin las dos no funcionamos. Sin despegar alas nunca nos sentiremos libres ni alcanzaremos aquello para lo que fuimos creados, sin raíces no sabremos ni quienes somos ni tampoco adónde vamos.  El tema entre alas y raíces, entre el pasado y el futuro es dónde está colocado el equilibrio. Un árbol considera sus raíces, pero siempre mira al cielo. El pasado debe ser la fuerza que nos empuja a avanzar en el arado, con los ojos y el corazón al frente, usando todo ese potencial de lo aprendido ayer para enfrentar ese campo tal vez lleno de espinas o de desconocidas malezas. En nuestras raíces está la fuerza en que nos apoyamos para avanzar seguros, aún en la tormenta. Pero cuando el pasado es usado para escapar de un presente amenazante o que nos negamos a reconocer, entonces ese mirar atrás nos vuelve “no aptos”.

     Muchos abrazan el pasado vez tras vez, y buscan recrear los lugares y las palabras como si pudieran revivirlo, en un continuo lamento de lo que no fue, buscando en el ayer lo que ya no existe. El dolor que revive una y otra vez un episodio pasado ya no es un dolor sano, el pasado para tales personas se transforma en la cárcel que los inhabilita. El pasado no debe ser abrazado, sino traído a luz, procesado y usado como enseñanza; porque inevitablemente la vida entera avanza hacia adelante y nosotros también fuimos diseñados para avanzar continuamente. El agua estancada se contamina y muere; nuestra vida debe ser agua que corre, que conoce su  fuente de origen pero sin detenerse en ella corre, sabiendo que habrá nuevos riesgos, sequías, rápidos peligrosos y todo tipo de situaciones, a las que haremos frente parados en nuestra fe, porque Dios es fiel y nos ha acompañado desde el principio de la historia amándonos empecinadamente. Si algo hay por retener del ayer es la admirable fidelidad de Dios interviniendo en nuestra historia mientras prepara nuestro futuro.

Texto: Edith Gero
Imagen: "Around the World"

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