El último día del año amaneció con una lluvia tranquila y
fría que desalojó por completo el calor sofocante de las últimas semanas. El
agobio fue reemplazado por un hermoso aire fresco que entraba por los ventanales.Salimos a caminar por las calles desiertas a disfrutar los
verdes lavados y renovados por la lluvia, verdes plenos de esperanza desplazando las hojas marchitas de temperaturas extremas.
Por el camino a Belén,
una de las recreaciones cinematográficos sobre el viaje épico que terminaría con el
nacimiento del Dios Hombre, nos muestra una faceta poco mencionada del gran
viaje. La niña-mujer embarazada de Dios se sostiene con dificultad en el
burro, José camina y camina protegiendo
su preciosa carga contra los elementos y personas indeseables, sus pies están
lastimados y llenos del polvo del camino.
Qué solos se los ve a los dos... guardianes del regalo
entregado al mundo.
Cuando el frío arrecia un pastor anciano los detiene
brindándoles cobijo. Hablan sobre regalos, el pastor le dice a la joven que su
regalo está dentro de ella. María le pregunta cuál es el suyo.
-Solamente la esperanza –contesta el pastor.
Ambos hablaban de lo mismo, el regalo era y sigue
siendo la única esperanza de un mundo en tinieblas. La luz del mundo venía a
traer esperanza.
Cada persona, de los miles de millones que viven en este
mundo, necesita esperanza para seguir adelante. Claro, todos necesitamos
también arrepentimiento para cambiar nuestro camino pero sin la esperanza que
nos aliente en el difícil trance de vernos como somos para lograr cambios es
imposible avanzar.
Necesitamos esperanza aun para tener fe. Esperanza de que
podemos depositar nuestra fe en algo que no se corromperá ni nos traicionará,
en algo que es mucho mayor que una estatua, en algo que podrá cobijar nuestro
dolor, nuestros sueños, algo poderoso e ilimitado a qué recurrir cuando todo
falla y la vida deja de tener sentido. Tal esperanza en la que se deposita tal
fe es la que hemos llevado desde Bahía Esperanza desde hace catorce años ya.
La esperanza que no tuve por tantos años, y tal vez por eso
me decidí sembrar en otros para verla crecer en mi propia vida. Juntos hemos
creado un espacio ilimitado de esperanza dónde todos pueden cobijarse y
encontrar respuestas y aliento, sin distinciones. Con el tiempo la esperanza se
multiplicó en todos aquellos que no solo llegaron a nuestra Bahía a recuperarla
sino que la portaron como una vacuna para otros. Porque el amor de Dios es
así, multiplicador y generoso.
Seguro yo no soy una experta en hablar de la felicidad ya
que he vivido en tormentas. Pero para mí, la felicidad tiene el color de la
esperanza. Tiene ese color verde
profundo y vibrante que veía hace unos días en los campos mientras viajaba y
que veo de vuelta ahora que la lluvia ha lavado cada hoja, con el verde
renovado de lluvia clara renace la esperanza de días más amables así
como recibimos esperanza los que estuvimos agobiados.
Desde Bahía Esperanza les deseamos que el año que comienza
llegue con el mismo regalo de esperanza que Dios envió al mundo, al entregarle
su bien más preciado. Que en el 2014 seamos más respetuosos, más amables, más
amorosos, más adoradores diarios, más portadores de esperanza.
Texto: Edith Gero
Imagen: Banco de Imágenes Gratis
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