El golpe te
toma de improvisto dejándote atontado por la fuerza del impacto y el shock te
impide ver la dimensión de la herida que comienza a sangrar… Solo quieres
cerrar los ojos y abrirlos antes del suceso, deseando que nunca hubiera
existido. Lo peor de las heridas del alma es que sangran invisibles, aunque
pueden ser más devastadoras que las heridas físicas.
Recibes la herida, pero no vas corriendo a pedir ayuda como harías con una
herida física, sino que rápidamente la escondes enhebrando mentalmente los
argumentos de respaldo: “Ni loco la expongo, que no se note que estoy roto”
te dices en el silencio de tu alma dolida. Después de todo, de chico te
machacaron tanto que llorar y mostrar la herida es de débiles... Y aprendiste que el mundo desecha a esos
débiles con la misma facilidad que vitorea a los fuertes. También está la
presión externa, que no solo no ayuda a la sinceridad, sino que la abruma y
avergüenza.
“Vanidad de
vanidades, todo es vanidad” dice el sabio Eclesiastés, pero como el entorno y
la imagen lo exigen, procedes según lo aprendido a la anestesia del dolor, acartonándote
con sonrisa y todo detrás de tu armadura de silencio. Con tanto esfuerzo para
que la imagen externa se vuelva real, olvidas que en realidad solo estás
huyendo, y que a los escapistas les va mal. Los que huyen suelen recibir los
peores golpes, y por la espalda, la misma que le diste al problema para no enfrentarlo. Es el típico caso del desertor, al fin nadie se salva de cosechar según lo
sembrado…
Todos
sabemos que escapar tiene un límite: de tiempo, dinero, o aguante. Y al fin
nunca se puede ir tan lejos para lograr huir de Dios, o de nosotros mismos, y
menos de nuestros semejantes. Entonces quedan dos caminos: Uno que de tanto huir choques de frente con
aquello de lo que huyes, y te toque enfrentarlo, desarmado por desprevenido por cierto. Y
la segunda opción es la mejor: validar la herida.
Y antes de contarte como, te invito a pensar en esa herida física que alguna vez te hiciste y rápidamente tapaste con una venda improvisada para que no se vea… tanta sangre… tanto roto… A veces con taparla crees que sanará sola y la dejas, al pasar el tiempo empieza a enrojecer y doler y no te queda otra opción que ir al hospital. Entonces el médico lo primero que hará es exponer la herida, quitará y hasta raspará todo lo que tape su real alcance, hasta encontrar y ver la dimensión de la herida. Entonces, con la herida expuesta, procederá a limpiarla y desinfectarla, para luego coserla si es necesario o vendarla de forma correcta. Y dolerá…, dolerá terriblemente, porque al ocultar la herida se generan infecciones y solo se logra retardar la curación y profundizar la herida.
Y como todo
es un proceso, el dolor no termina allí, las curaciones pueden ser dolorosas y, dependiendo de cuan profunda sea la herida, el proceso de sanidad
puede ser largo. A veces se vuelve a exponer la herida en cada curación y se raspa su costra hasta la cicatrización.
Para
validar las heridas del alma hay que romper el silencio que es la tapa, remover la costra, quitar la máscara y dejar que sangre. Y para
eso hay que buscar primero un espacio amable y sanador y con quien
exponer lo roto, tal cual es, hasta el fondo mismo del quiebre. Confrontar solos
la herida es difícil porque no estamos diseñados para eso, es frente a la escucha
atenta y sanadora del otro que dice en silencio “me importas” que la herida
puede mostrarse en paz, entendiendo al fin que el otro es un ser humano que
alguna vez estuvo igual de roto, y puede entender tu herida, y ayudarte a
limpiarla y vendarla. Al abrir ese espacio doloroso y secreto y verter la
vergüenza, la debilidad y la rabia; el agua sanadora que otros conocieron
previamente en su propio viaje de sanidad, se irá derramando,
limpiando y sanando lo roto.
Finalmente,
la mejor forma para encontrar el valor de emprender este viaje de sanidad es
volverte a Dios, solo Él conoce a fondo nuestro corazón y es el único que puede
reparar corazones destrozados, heridas infectadas, y recuerdos dolorosos.
“En la
sombra de tus alas me ampararé hasta que pasen los quebrantos” Salmo 57:1
Por Edith Gero
Muchas gracias querida Edith
ResponderBorrarMuchas gracias. Muy valiosos tu aportes. Dios te bendiga 😇🌹
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