"El Kintsugi o kintsukuroi es un arte ancestral japonés que consiste en
reparar objetos cerámicos con oro. Esta milenaria técnica nos enseña que la
verdadera perfección, puede surgir de la imperfección y de las heridas.
Todas
las cicatrices cuentan parte de nuestra historia, cuentan la adversidad que
atravesamos y lo que hemos logrado superar.El Kintsugi es 'el arte de aceptar el daño', en el que las heridas son realzadas. En definitiva... es el arte de la resiliencia" *
Supongo que es parte de nuestra naturaleza la tendencia a esconder las heridas y cicatrices, resaltando, en cambio, lo sano y aparentemente ¿perfecto? Es tal la generalizada vergüenza por cada cicatriz que invertimos dinero, tiempo, cremas especiales, cirugía, ropa, tatuajes y etc., para borrarlas o al menos taparlas.
Como si mostrarlas fuera el vergonzoso reconocimiento de ser tan humanos... , como una aceptación de ser inferiores, o menos que otros.
Esos otros que ostentan tantas cicatrices como nosotros, al menos en el alma.
Todos hemos sido heridos, por tanto, esta es una invitación a desvestir nuestras cicatrices en paz y empatía con los demás y con nosotros mismos.
Hay un dicho en restauración que dice que en el lugar donde fuimos heridos y sanados, se crea la vacuna que sanará a otros. Es decir, la cicatriz exhibe el antídoto. Otra vez insisto, desviste tu cicatriz...
En un cruento episodio de mi peor época de abuso intrafamiliar, al escapar de mi perseguidor por un campo, me enredé en rollos de alambres de púa. Quien me perseguía me arrastró mientras las púas abrían dolorosas heridas en mis piernas. Por décadas tapé prolijamente con pantalones las cicatrices, mis piernas era algo que yo ni siquiera podía mirar.
Pero un día, el proceso progresivo de restauración me dio el valor de mirarme al espejo y enfrentarme, entonces, como ocurre casi siempre, me di cuenta de que las horribles heridas solo persistían en mi mente, en la piel ya solo eran sutiles trazos. Entonces me animé a mostrarlas, y también a desnudar la memoria, y hablar de ellas. Ya no duelen, ni en la piel, ni en el alma, se puede decir que soy una orgullosa resiliente. Mis cicatrices han motivado los procesos de muchos hacia una vida mejor, hacia una fe activa, hacia relaciones sembradas en paz y cuidado.
Una cicatriz es la memoria de una herida, pero también es una declaración de fe resiliente, de esperanza renacida, de ganas de aprender a superar, Aprecia la belleza de tus heridas
El kintsugi "celebra" la historia del objeto destacando sus fracturas en vez de ocultarlas. ¿Me leíste? Dije "celebra". Celebrar la historia con sus largas heridas, quiebres y dolores es celebrar la vida en ello, pasando por ello. Aplicando esta técnica, si me han roto el corazón, puedo mostrar un bello corazón con cicatrices doradas.
Las cicatrices doradas muestran una persona que ha sido restaurada, que ha trabajado por su sanidad, que ha aprendido a amar, y por ende, a sufrir. Aprender a sufrir es salirse por completo del papel de víctima o de un estado de depresión o tendencias suicidas o a buscar dar lástima. Se aprende a sufrir cuando nos levantamos del suelo dónde nos tiraron, nos sacudimos el polvo amablemente y sin hacer ostentación, y seguimos caminando guardando la fe y la esperanza, levantando la cabeza sin pena. Amamos y perdimos, qué bueno es haber amado. El amor siempre nos enseña, podemos lucir orgullosos nuestras cicatrices doradas.
Y al exhibirlas, dar motivo a otros a la esperanza.
*Cita: Dr. Daniel López Rosetti
Texto: por Edith Gero
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